En 1997, una tormenta feroz en el Pacífico Norte provocó que el buque portacontenedores Tokio Express perdiera 62 containers a unos 30 kilómetros de la costa de Cornualles, Inglaterra. Uno de esos contenedores contenía casi cinco millones de piezas de LEGO. Desde entonces, estas piezas —piratas, aletas de tiburón, espadas, dragones— han estado apareciendo en las playas británicas, capturando la atención de cazadores de tesoros costeros y buzos aficionados.

El fenómeno despertó el interés de cazadores marítimos y arqueólogos oceánicos, que comenzaron a rastrear no solo este caso, sino también miles de contenedores perdidos cada año. Se estima que más de 1.000 contenedores caen al mar anualmente, muchos con mercancías de alto valor económico o histórico, lo que ha generado una especie de fiebre del oro moderna, bajo el agua.

Uno de los casos más notorios ocurrió en 2006, cuando un grupo de cazadores profesionales liderados por la empresa Odyssey Marine Exploration localizó un naufragio en el Atlántico que contenía monedas de oro y plata valoradas en más de 500 millones de dólares. Aunque no era un container moderno, el hallazgo impulsó el interés global en la exploración de cargas perdidas, tanto antiguas como contemporáneas.
Hoy en día, buzos técnicos y empresas privadas utilizan sonares de barrido lateral, ROVs (vehículos operados remotamente) y registros de aseguradoras para localizar containers hundidos. Muchos están en profundidades superiores a los 1000 metros, lo que hace que su recuperación sea extremadamente costosa y peligrosa. Pero algunos, como los LEGO del Tokio Express, acaban flotando a la superficie o varando décadas después, trayendo consigo historias fascinantes.
Así, los cazadores de tesoros del siglo XXI ya no buscan cofres de piratas, sino containers perdidos, algunos cargados con artículos de consumo, otros con materiales confidenciales o incluso contaminantes. Lo que alguna vez fue considerado simple “basura marina”, hoy es el centro de exploraciones complejas, controversias legales y sueños de fortuna en las profundidades del mar.
Redacción con asistencia IA, Marfec del Ecuador